domingo, 3 de agosto de 2014

MAÑANA ES LUNES


Mañana es lunes. Todo alrededor huele a lunes. El comienzo de una semana, de un mes, de una vida.

La misión avanza según lo previsto. El avión sobrevuela los volcanes. Las bombas de gas caen desde el cielo. Como pequeñas esferas de luz, se ven alejarse de la nave nodriza. Caen a la tierra yerma, oscura, apagada, muerta.
El único montículo con nieve se vislumbra en la distancia. Hace horas que nada respira en el planeta recién descubierto. Todo hiede a muerte. Las plantas calcinadas, los animales carbonizados; si es que eran animales.....

Mañana es lunes. Sigue imaginando que es el comienzo de una semana cualquiera, de un mes cualquiera, de una vida normal cualquiera.

La misión ha concluido con éxito. La nave se aleja de la peste. El planeta inerte llora. Unas lágrimas oscuras resbalan por su piel marchita. Desde la negrura del espacio infinito, mientras la nave se aleja del exterminio, observa como llora el pobre planeta.
¿Tiene vida? ¿Siente el dolor y la muerte? ¿Sabe que ha sido masacrado por una especie inteligente que se cree inmortal?

Mañana es lunes. Navega rumbo a casa. Quiere volver a abrazar a su bebé. Desea acostarse en las cálidas sábanas recién planchadas, y besar a su pareja que le espera desde hace décadas.

Porque hace décadas que salió de la Tierra. Hace mucho tiempo que navega girando entre la oscuridad del universo. Y confunde los días, y ya no sabe cuántas navidades se perdió mientras viajaba rumbo a un planeta desconocido. Un lugar descubierto por casualidad, cuando un niño observaba las estrellas con un telescopio comprado en internet, robado a la NASA. Un planeta con vida inteligente, más inteligente que el sabio más sabio que vivía en la Tierra. El paraíso que describieron los antiguos. Allí reinaba la paz, allí plantas, animales y seres parlantes vivían en armonía. Sin bombas, sin odios, sin muerte.

Mañana es lunes. Continúa con la retahíla, con el sonsonete cansino que lleva marcando su mente desde que despegó de Cabo Cañaveral. Pronto llegará. Desde la distancia ya se atisba el minúsculo punto que es la Tierra, con su puntito siempre a su lado, la Luna.

Se acerca. Ha olvidado que su nave ha viajado millones de kilómetros, dejando atrás millones de estrellas, sólo para destruir a sus hermanos. Solamente recuerda su casa, su jardín, el olor de la piel de sus seres queridos. El sonido del llanto de un niño y la risa alegre de su compañera de vida.

La Tierra asoma. Está ennegrecida. Está muerta. Todo aparece ante sus ojos destruido por bombas, por esas pequeñas esferas que él mismo ha arrojado desde su nave nodriza a millones de kilómetros, a años luz de su planeta.
¿Qué ha hecho?

Mañana es lunes, piensa. Despertará de su pesadilla al sonar el despertador, y a su lado yacerá dormida el amor de su vida.

La nave entra en la atmósfera irrespirable de un planeta muerto. Observa que todavía queda nieve en la cima de una montaña. ¡Es el Everest!
¿Qué he hecho?

La radio de su nave está muerta, sólo emite un zumbido lastimero de soledad. Todo ha acabado. Aterriza y abre la compuerta. Pisa el suelo convertido en cenizas, su casco le protege. LLora, como lloró antes el planeta. ¿Qué han hecho? El planeta que han destruido ha sido el que ellos mismos crearon.

Mañana es lunes, dice, con voz temblorosa, mientras se desabrocha las hebillas de su casco espacial. Sólo di la vuelta al Universo. Julio Verne estaría orgulloso de los hombres.

Su cabeza estalla, su piel se derrite por la radiación de las esferas que él mismo arrojó en otro Universo, en otro Planeta, van expulsando desde el seco suelo. No siente dolor en su cuerpo, sí en su corazón que grita, que agoniza, que llora....

Y un último pensamiento inunda su mente: Mañana es lunes y despertaré seguro.