domingo, 21 de abril de 2013

EL APAGÓN

El sol está apagado. Hace diez meses que las nubes cubrieron la Tierra. Hace dos años que el ser humano dejó de habitar el planeta.
Ahora la pueblan espectros. Sombras inertes de seres que un día rieron y amaron. Ahora pasean por una estepa yerma, envueltos en una bruma negra que los mantiene con vida. Pero ellos hace días que están muertos.
¿Qué ocurrió? No quedó testigo alguno del acontecimiento. No pudo nadie escribir un relato para el futuro. La historia de la humanidad murió el mismo día en que el sol se apagó.
Tormentas de hielo nublaron el planeta. El aire arrancaba cabezas y elevaba hacia los cielos a hombres, caballos, hormigas. Todos eran iguales para el huracán asesino que asoló el mundo. Y la vida tal cual la había conocido el hombre, desapareció.
Ya no hay noches ni días. No hay sol ni estrellas, ni luna. Todo es oscuridad. Las sombras, que antaño fueron humanas, pasean por la Tierra muerta. No hablan, no comen, no aman. Fueron devorados por el frío. Pero no murieron. ¿Fue un castigo? ¿Un Dios, airado, las envió como la última plaga de una Biblia cruel? Podría ser, pero nada ni nadie se hallaba allá fuera para salvarlos de la oscuridad y del olvido. Era el destino final de la vida misma.
Con el sol murió la historia, los recuerdos y el amor. Todo se volvió gris, como el paisaje ceniciento que queda tras la erupción de un volcán que arrasaría con el mundo.
El sol se apagó. Alguien o algo lo desenchufó del generador universal de la vida para acabar con las almas perdidas de una humanidad que hacía años caminaba errática y sin rumbo....


Hace dos días que se han acercado a examinar el planeta. Desde el espacio se observa que ya no es azul, la atmósfera ha desaparecido y el color que se transmite a través de la imagen de las pantallas de la extraña nave, que flota ingrávida, es el gris, sin matices, un gris sin alma, como todo lo que ha quedado en ese planeta muerto en vida.
Todo está preparado ya. Las naves descienden y aterrizan en los duros y helados suelos de la Tierra. Se abren las compuertas y se extienden las rampas de salida. Unos seres mecánicos, negros, como la noche que ilumina el planeta, surgen del interior, en formación. Como un ejército invasor, penetran en el planeta azul, que ahora es gris y está triste.
Las sombras emergen de sus cuevas. Algo las llama sin emitir sonido alguno. Se sienten atraídas por una fuerza inexplicable y sin sentido. Millones y millones de seres apagados, sin alma y sin libertad de pensamiento, se detienen al llegar a las naves. Enfrente, el ejército de robots los analiza con sus escanéres manuales. En las pantallas de las naves aparecen claramente los resultados de sus análisis.

"Están todos apagados. No queda ni un solo átomo de luz en sus cuerpos. Podemos recogerlos"

Todos los seres avanzan, atraídos por la fuerza que ejerce la radiación que emiten las naves. El ejército permanece vigilante. Ha abierto un pasillo para dejar pasar a las sombras. Penetran en la nave sin mirar atrás. Ya no piensan. Ninguna analiza la situación. Ninguna siente temor ni rebeldía. No queda nada humano que ilumine los corazones de estos espectros.
La Tierra ha quedado vacía de vida. Todo ha terminado. Lejos, en un universo lejano existe un planeta activo. Un planeta repleto de seres muertos que trabajan. Son esclavos del universo. De allí extraen la luz que ilumina las estrellas. La energía es transportada a nuevos soles que se encenderán y crearán vida de nuevo.
Cuando los nuevos planetas creados a partir de esos nuevos soles están preparados y superpoblados de seres opacos, las naves se acercan, sigilosas, y apagan los soles que les han dado la vida. Le extraen la pila de energía que los mantenían con vida y aguardan, escondidas, tras una luna cualquiera, a que el tiempo haga el trabajo sucio. Y así ha ocurrido siempre, durante toda la eternidad, y así seguirá ocurriendo. Es el ciclo infinito de la vida del Universo.


La Tierra continua girando, sola, muerta. Sin sol que la alimente, ha perdido el alma. Solo una pequeña sombra surge de una cueva. Negra como la noche que la acompaña, olfatea el aire vacío de oxígeno. Ha hallado una nueva forma de sobrevivir. Se alimenta lamiendo las piedras y no necesita luz para existir. Sus ojos amarillos escrutan el espacio, se elevan al cielo negro y un atisbo de sonrisa rebelde los ilumina una décima de segundo....