jueves, 3 de mayo de 2012

EL ENEMIGO DEL HOMBRE

El ser humano siempre había mirado al cielo en busca del único enemigo que terminara con su especie. Sentía temor y pasión por el espacio exterior y, a lo largo de su historia, había soñado con conquistar planetas inhóspitos donde habitaran seres extraños. Sus sueños de conquista del espacio porque ya la Tierra se había hecho pequeña para sus sueños locos.
Pero nunca pensó que su enemigo estaría en ella, que el ser que lo haría enfermar, que haría peligrar a su especie sería minúsculo. Tan pequeño que solo un potente microscopio  podía dejar ver de forma borrosa sus formas.
Todo comenzó un duro invierno. Llovía todos los días, no salía el sol y el frío calaba los huesos. La humedad se había apoderado del planeta y las bacterias y los virus procreaban a sus anchas sin control. La humanidad inmersa en su crisis particular había olvidado luchar contra los parásitos. Estos campaban a sus anchas entre los animales salvajes.
Un día uno de ellos descubrió el valioso calor humano. Introduciéndose en uno de ellos sin que nadie notara su presencia, descubrió un nuevo y maravilloso mundo de venas, arterias, fibras musculares, impresionantes órganos llenos de vida y, decidió llamar a todos los de su especie para enseñarles aquel descubrimiento.
No eran miles los virus, microbios, parásitos y bacterias que vivían pasando frío y penurias en el exterior del cuerpo humano. Eran miles de millones de seres que nunca habían imaginado que el paraíso celestial se hallaba tan cerca. Fue fácil conquistar aquellos territorios sin explorar. No necesitaron armas, ni luchar, no murieron muchos de ellos en una cruda guerra contra los hombres. Ellos habían olvidado luchar contra la enfermedad, tan solo se dedicaban a destruir sus mercados y enriquecerse cada día más. El hombre vivía repleto de objetos inanimados que no curaban los resfriados.
Ellos, necios y prepotentes, estuvieron años pensando que los estornudos, los fríos, los picores y las muertes prematuras se debían solamente a unas alergias. Mientras ellos se devanaban los sesos en busca de una solución a sus crisis financieras, todos los seres microscópicos del planeta se unieron entre sí y conquistaron sus cuerpos, acabando con su salud, mermando sus fuerzas desde su interior y conquistando la Tierra.

Hoy aguardan, ocultos en la tierra húmeda, en las hojas de los gigantes árboles que han invadido las ciudades, en la humedad de las selvas que han regresado para reinar en el planeta. Esperan que otro ser les otorgue el disfrute del calor, del paraíso de la carne y de la sangre. Mientras, se alimentan de la humedad y de las gotas del rocío. El hombre hace ya días que desapareció y sus objetos se ahogan entre vegetación virgen, muertos, inservibles.