viernes, 28 de diciembre de 2012

LA LEYENDA DE LA SIERRA MECÁNICA DEL PANTANO DE ARGUIS


"Cuentan los ancianos del lugar que todavía se oye la sierra mecánica a lo lejos en días como hoy. En esas fechas no salen a cazar al bosque. Temen que regrese desde el fondo del pantano y vuelva a matar".

Es cierto esto que os cuento. Hoy estoy tomando café con un pastor del pueblo. En el viejo bar con las mesas carcomidas y repletas de firmas. Le tiemblan las manos mientras recuerda los sucesos de aquel otro viernes. Siente miedo y me dice, bajito, que no se me ocurra acercarme al bosque y menos pasear por la presa.
"Él está allí. Nunca lo encontraron. Se lanzó al lago después de matar a quince personas. La policía buscó con buzos. No lo hallaron, ni a él ni a su sierra mecánica, comprada en la ferretería de la ciudad aquella misma tarde de los asesinatos".
El anciano me mira y sorbe de su taza. Un ruido incómodo rompe nuestro silencio. Yo anoto en mi libreta todo lo que me cuenta, ávida, son datos exclusivos para mi reportaje periodístico.
Quiero ir más allá, no solo escuchar sus palabras y le ruego que me acompañe a la presa. Deseo caminar por las mismas húmedas sendas por las que caminó aquel loco asesino. Y el pastor me mira asustado pero asiente. Le han convencido un fajo de billetes que, mágicamente, han salido de mi bolso. Pienso que no tengo escrúpulos pero mi revista me ha dado instrucciones bien claras.
"Queremos fotos, pruebas, testigos, no escatimes en gastos".
Salimos del lugar caminando encogidos. Una brisa helada, había nevado en las cumbres de las montañas la noche anterior, nos enfrió los ánimos. Sentí una punzada de miedo pero no quise demostrarlo y continué caminando junto al pastor.
La presa estaba desierta, como ya dije, ese día no pescaban, si salían a pasear a los perros. Era un día de asueto para los hombres del bosque. La serrería cerraba por descanso semanal y todo el mundo se refugiaba en sus casas al calor del fuego del hogar.
El bosque también se encontraba en silencio. Me extrañó no escuchar ni un trino de pájaro. Avanzamos por la senda con los sentidos en guardia. Algo tenso se respiraba en el ambiente.
El pastor se detuvo a mitad de camino y me miró con ojos cansados.
- Escuche.
Y oí a lo lejos el sonido de una sierra cortando ramas. ¿Ramas? La serrería estaba cerrada. Ningún trabajador había salido esa mañana a faenar.
- Deberíamos irnos. Él sabe que hemos venido a buscarlo. ¿Ve ese árbol? Allí encontraron apoyado el último cuerpo mutilado. Aún hay restos de sangre seca en las raíces salientes. Mire.
Hice fotos, eran las pruebas reales de aquellos misteriosos asesinatos. Mis jefes estarían contentos.
El sonido de la sierra mecánica se oía más nítido y dejé de hacer fotos. Nos miramos asustados. Estaba allí, a dos pasos de nosotros. Vi como un destello metálico surgía de la maleza y, sin tiempo a reaccionar, la cabeza de mi testigo principal del relato rodó por el suelo.
Grité enloquecida y salí huyendo. Por el camino perdí la cámara, los zapatos y el bolso con el cuadernillo de notas, pero no me detuve a recogerlos. Mi vida era más importante que la noticia.
Una carcajada tronó en el bosque y volvió a rugir la sierra junto a mis oídos. Al mirar atrás vi a un hombre. Llevaba una máscara y sonreía.

No regresé nunca a ese pueblo, no escribí el artículo. En la revista me trataron de loca. Pero yo tenía pruebas de que fue verdad lo que ocurrió. Llamé al ayuntamiento y pregunté por Pascual, el pastor que me acompañó al bosque. Me contaron que llevaban meses buscándolo por toda el monte. Creían que se había perdido. Su casa estaba cerrada y sus ovejas abandonadas.
Soy la única qué conoce su paradero. Antes de desaparecer, el asesino arrojó su cabeza al fondo del pantano....

jueves, 6 de septiembre de 2012

LA SOGA (2ª parte)


Un día algo cambió. Uno de los seres sin rostro detuvo su avance. El capataz se acercó a él y lo fustigó, pero la insensibilidad del cuerpo de aquel extraño espécimen del universo no se inmutó.
La cuerda se detuvo y con ella el tiempo. Los soles lunares dejaron de brillar y una oscuridad ciega llenó todos los huecos de luz de aquel inhóspito planeta.
El capataz, muerto de miedo, empujó al causante de aquel suceso y cogió la soga con sus propias manos. En sus oídos, los gritos de dolor y de ira de la propia soga lo estaban enloqueciendo.
Comenzó a tirar y la soga se calmó. Poco a poco la luz regresó al lugar y el capataz descubrió que aquella criatura que surgía de las profundidades de la tierra era la pila que daba vida al sistema solarlunar y a todo el universo. Supo, entonces, la verdad, y el sentido de la vida lo invadió.
Miró al ser que había dejado de tirar y, sin sentir pena ni rabia, le lanzó el látigo y le dijo:
"Ahora eres tú el señor de la soga, no dejes que se detenga nunca, ella te hablará en tus sueños. Obedece y el universo se seguirá moviendo, si dejas que se detenga, el universo morirá".
El ser sin rostro no pudo decir nada. Tampoco pudo mostrar sorpresa o alegría, no tenía cara. Recogió el testigo que le ofrecían y continuó fustigando a sus compañeros.
El capataz, al cabo de unos días, sintió en su cuerpo el dolor y el cansancio. El no era insensible; sí tenía ojos y boca, y un corazón que sufría bombeando sangre a sus venas deterioradas por el esfuerzo. No quería morir. Después de siglos de vida, se sentía extraño en su propio cuerpo. La soga hacía meses que ya no le hablaba. Y cuando estiraba de ella no sentía el pulso de vida en sus manos.
La soga lo había abandonado, ya no lo amaba. Y lloró.
Una lágrima rodó por su brazo hasta depositarse en la soga. Todo se detuvo en ese instante. La soga se enrolló en torno al capataz y, mientras lo estrangulaba, inició un retorno sin fin hacia su agujero....

sábado, 1 de septiembre de 2012

LA SOGA (1ª parte)


El látigo rasgaba el aire con su furia mientras aquellos seres sin rostro arrastraban sus míseros cuerpos por el barro.
El capataz era el único que no cubría su cara. Los soles lunares no quemaban su piel escamosa y el aire cargado de ácido penetraba en sus pulmones de acero sin quemar sus entrañas.
Estaba contento. La última remesa de esclavos había llegado en perfecto estado y solo habían tenido que cubrirlos con túnicas. Eran seres sin rasgos faciales, muy extraños para lo que estaba acostumbrado a ver surgiendo de las naves de caza, y estos no morían en aquel siniestro lugar.
Los humanos apenas aguantaban dos días arrastrando la soga. Demasiado débiles. La luz de los soles lunares abrasaba sus delicadas pieles y morían entre grandes gritos, retorciéndose de dolor en el suelo, hasta que el ácido atravesaba sus cuerpos y quemaba sus órganos vitales.
El Mesías había dado la orden de buscar esclavos en otros planetas. La Tierra era demasiado frágil para crear vida que pudiera continuar arrastrando la soga sin morir en aquel infierno.
La soga parecía no tener fin. Llevaban dos siglos sacando cuerda de aquel agujero sin encontrar su final. Un pozo sin fondo en el planeta más escondido y perdido del sistema solarlunar. El Mesías lo descubrió en uno de sus sueños cuando invocaba a su Druida, rogándole que le ayudara a encontrar el sentido de la vida.
El le dijo que en un pequeño planeta, al final del sistema solarlunar, encontraría un minúsculo agujero del que surgiría el inicio de una soga. Debía tirar de ella hasta encontrar su final y allí, amarrado, hallaría el sentido de la vida.
El Mesías no escatimó en gastos y lanzó todas sus naves hacia el inhóspito planeta. Dejó allí a la élite de su ejército.
El capataz, mientras lanzaba su látigo contra los cuerpos malheridos, que a duras penas arrastraban la soga, recordaba los comienzos de aquella insólita aventura.
Contemplaba la soga. Había llegado a amarla. Tantos años allí, sin apenas otra cosa qué hacer que fustigar a seres inferiores, escuchaba el roce de la cuerda y había comprendido que ella le hablaba con aquellos susurros casi inaudibles al oído de otros seres.
La soga se reía de todos ellos. A veces, lloraba, otras dormía. La soga estaba viva. El capataz de aquella operación sentía en su interior el latido de la cuerda. Cuando se despistaba un poco y su mente divagaba en sus recuerdos, la soga le oprimía desde dentro y le animaba a pegar con más fuerzas a los esclavos que bajaban el ritmo en su empuje.
Los nuevos seres sin rostro eran más fuertes que los otros. Llevaban ya muchos meses allí, con aquellas sucias túnicas de níquel y amianto. No se quejaban porque no tenían boca. No comían ni necesitaban dormir porque no tenían ojos. El capataz creía que eran seres insensibles, dudaba, incluso, de que tuvieran corazón. Pero el Mesías estaba muy contento con su hallazgo. Desde que llegaran al pequeño planeta, metros y metros de cuerda habían salido a la superficie.
El no albergaba esperanza alguna de llegar al final. La soga le contaba secretos de muerte. La soga se alimentaba de ella y él no podría impedirlo. Con cada muerto, la soga crecía, con cada ser que tiraba con todas sus fuerzas, ella se hacía más fuerte....


(continuará...)


jueves, 17 de mayo de 2012

EL HUESPED

Todavía duele. El intruso se alojó demasiado tiempo. Se sentía a gusto en mi cuerpo y yo lo dejé estar. Me producía placer y calor sentir su presencia.
Lo veía corretear sobre mis brazos. Grandes bultos se levantaban en mi piel, como tumores, que al cabo de pocos segundos, iban despareciendo. 
Mi huésped me amaba, lo sé. Y ese amor hizo que decidiera retrasar el ingreso en el centro de acogida de intrusos.
Y ahora, tras una operación  rápida para evitar mi muerte, solo siento dolor.
Mi amado huésped en un principio solo correteaba por mis brazos y mis piernas. Las normas de la Junta eran estrictas. "En cuanto sientas al intruso corretear por tu estómago, acude al centro de acogida para su extirpación".
Yo no lo hice, por amor. Mi ser jugueteó mucho tiempo entre mi estómago y mi corazón. Sentía un cosquilleo especial cuando él surgía rebelde entre mis pechos. Y yo reía como una loca mientras él me devoraba los pulmones.
Un día, mi pequeño amante decidió dar un paso más en su viaje a través de mi cuerpo. Yo tosía como una vieja que hubiera fumado durante un siglo sin descansar. Y mi huésped ascendió por mi garganta. 

Menos mal que aquella mañana había venido a visitarme la tía Aurelia. Ella siempre me decía que también deseó que su intruso permaneciera con ella tanto tiempo como el mío en su cuerpo. Y me ayudaba, y me curaba las llagas que me iban saliendo en la piel, ya ajada por el tiempo y la tirantez producida por los paseos del intruso.
Aurelia me salvó de una muerte segura. Mi huésped se alojó en mi cráneo y descubrió la sustancia gris. La grasa del cerebro le hacía crecer y comenzó a agrandarse, convirtiéndome en un monstruo.

Me llevaron al centro de acogida de intrusos y me operaron de urgencia. Parte de mi cerebro se fue con él y ahora el dolor es infernal. Mi cuerpo lo desea. No veo, quedé ciega y sorda. Mis manos se agarrotaron y vivo en una silla de ruedas.
Pienso, en mi soledad,  que no era él quien se alimentaba de mí, sino yo quién vivía gracias a él. Y ahora solo siento ese vacío y ese dolor que me carcome las entrañas. 
Aún convaleciente he salido a la calle después del toque de queda. Mi silla de ruedas avanza por la acera. Voy en busca de mi huésped....

jueves, 3 de mayo de 2012

EL ENEMIGO DEL HOMBRE

El ser humano siempre había mirado al cielo en busca del único enemigo que terminara con su especie. Sentía temor y pasión por el espacio exterior y, a lo largo de su historia, había soñado con conquistar planetas inhóspitos donde habitaran seres extraños. Sus sueños de conquista del espacio porque ya la Tierra se había hecho pequeña para sus sueños locos.
Pero nunca pensó que su enemigo estaría en ella, que el ser que lo haría enfermar, que haría peligrar a su especie sería minúsculo. Tan pequeño que solo un potente microscopio  podía dejar ver de forma borrosa sus formas.
Todo comenzó un duro invierno. Llovía todos los días, no salía el sol y el frío calaba los huesos. La humedad se había apoderado del planeta y las bacterias y los virus procreaban a sus anchas sin control. La humanidad inmersa en su crisis particular había olvidado luchar contra los parásitos. Estos campaban a sus anchas entre los animales salvajes.
Un día uno de ellos descubrió el valioso calor humano. Introduciéndose en uno de ellos sin que nadie notara su presencia, descubrió un nuevo y maravilloso mundo de venas, arterias, fibras musculares, impresionantes órganos llenos de vida y, decidió llamar a todos los de su especie para enseñarles aquel descubrimiento.
No eran miles los virus, microbios, parásitos y bacterias que vivían pasando frío y penurias en el exterior del cuerpo humano. Eran miles de millones de seres que nunca habían imaginado que el paraíso celestial se hallaba tan cerca. Fue fácil conquistar aquellos territorios sin explorar. No necesitaron armas, ni luchar, no murieron muchos de ellos en una cruda guerra contra los hombres. Ellos habían olvidado luchar contra la enfermedad, tan solo se dedicaban a destruir sus mercados y enriquecerse cada día más. El hombre vivía repleto de objetos inanimados que no curaban los resfriados.
Ellos, necios y prepotentes, estuvieron años pensando que los estornudos, los fríos, los picores y las muertes prematuras se debían solamente a unas alergias. Mientras ellos se devanaban los sesos en busca de una solución a sus crisis financieras, todos los seres microscópicos del planeta se unieron entre sí y conquistaron sus cuerpos, acabando con su salud, mermando sus fuerzas desde su interior y conquistando la Tierra.

Hoy aguardan, ocultos en la tierra húmeda, en las hojas de los gigantes árboles que han invadido las ciudades, en la humedad de las selvas que han regresado para reinar en el planeta. Esperan que otro ser les otorgue el disfrute del calor, del paraíso de la carne y de la sangre. Mientras, se alimentan de la humedad y de las gotas del rocío. El hombre hace ya días que desapareció y sus objetos se ahogan entre vegetación virgen, muertos, inservibles.

viernes, 13 de abril de 2012

TRUCO O TRATO

_ Mamá, ¿los fantasmas existen?
_ Hijo, claro que no_ mientras decía esto, Helena continuó abrochando los botones del disfraz de vampiro de su hijo.
_ Pues en clase todos dicen que el padre de Robert es un fantasma.
Helena no pudo disimular una sonrisa al escuchar aquello.
_ Hijo, esa clase de fantasmas solo está en el mundo de los vivos. Una vez que mueres, duermes y ya no regresas a este mundo.
Andrés miraba a su madre perplejo. Eso no es lo que había leído en los comics de terror que había encontrado abandonados en el desván del abuelo. Pero no pudo replicarle nada a su madre porque en ese mismo instante atronó el timbre de la puerta.
_ Serán tus amigos que ya vienen a buscarte. Corre, coge la bolsita que te he preparado para que la llenes de golosinas_, y le dio un beso en la frente.
Andrés salió a la fría noche de noviembre. Era Halloween y sus amigos lo recibieron entre golpes y abrazos riendo mientras comparaban sus disfraces.
Pilar iba de vampiresa y estaba muy guapa. Andrés la miró embobado. ¡Qué suerte elegir el disfraz de vampiro! Durante unas horas podría fantasear con la idea de ser la pareja de Pilar.
Jorge era un esqueleto. Como era delgado daba un miedo auténtico y Nico se había vestido de hombre lobo.
_ Vamos_ dijo Jorge_ empecemos por las calles de la abuela Luisa. Con la mala uva que tiene es mejor visitarla ahora. Si se hace muy tarde no nos dará esas galletas tan ricas que prepara todos los años.
Y salieron volando con sus capas ondeando al viento. Helena los siguió con la mirada desde la ventana, escondida entre las cortinas. Una pequeña lágrima corría por su mejilla. Recordaba a Ernesto, su marido. Hacía ya tres años que salió una noche de Halloween y no regresó. La policía buscó durante unos días sin insistir demasiado. Todo el pueblo creía que su marido había huído con alguna amante más que lo habría embrujado con sus encantos.
Mientras, los chicos corrían calle arriba directos a la casa de "La Luisa".
_¡Truco o trato!_gritaron al unísono.
De repente un fogonazo de luz los cegó.
Enmudecieron los gritos y la oscuridad regresó. Al momento se abrió la puerta de la casa y la claridad que surgió de ella iluminó a tres asustados niños. Faltaba uno.
Pilar fue la primera en darse cuenta de la ausencia de uno de sus amigos.
_ Andrés no está.
_ Se habrá escondido_ dijo Nico_ Truco o trato, doña Luisa.
Y la anciana con cara de malas pulgas les entregó una cajita de galletas caseras sin sonreír.
Pilar seguía buscando con la mirada a Andrés pero sus amigos no la dejaron quedarse a esperar a que apareciera ni le dieron la oportunidad de buscarlo. La empujaron calle abajo en dirección a la casa del médico que era la siguiente visita obligada de la noche.
_¡Truco o trato!_ gritaron de nuevo. Y una nueva explosión de luz los dejó ciegos.
La puerta de la casa se abrió y una niña pequeña miró al exterior con ojos desencajados.
_¡Papá!_ gritó_ ¡Papá!
El médico corrió al escuchar los gritos de su pequeña y salió al exterior de la casa.
No vio nada más que un humillo que ascendía hacia las estrellas.
_ Hija, ¿qué te ocurre? ¿Quién llamaba a la puerta?
_ Papá, he visto un resplandor por la ventana justo cuando llamaban a la puerta y, al abrir, tres sombras volaban hacia las nubes.
Su padre la miró y acariciándole el pelo le dijo:
_ Hija mía, no hay nada en la puerta ni en el cielo_ mintió_ Mejor entrar en casa otra vez, que hace frío.
Acompañó a la niña a la salita donde veía unos insustanciales dibujos en la tele y se sentó en una mecedora pensativo.
_"Otra vez, otro Halloween con la misma historia. Todo se repite sin fin."
Y lloró. Recordó a su amigo Ernesto, desaparecido hacia tres años; a Inés, la costurera, también volatilizada hacia dos años en la noche de Halloween; al cura, convertido en cenizas mientras él desenterraba a su esposa el año anterior en la noche de los muertos.
Solo quería recuperarla, pero el precio que tenía que pagar había sido demasiado alto.
Se levantó del sillón y se asomó a una habitación contigua. En una cama yacía una mujer en coma, un vegetal entubado y alimentado con sueros.
Este año la muerte se había cobrado la tercera cuota del préstamo. Cuatro almas nada menos y jóvenes. ¿Qué ocurriría el año próximo? ¿A quién se llevaría como tributo?
Se acercó a su mujer, la besó en la frente y pensó:
"Mi hija nunca saldrá la noche de Halloween a jugar a "Truco o trato".

martes, 3 de abril de 2012

EL TROYANO

¿Por qué en facebook se comparte tanta mierda?
Eso me preguntaba Carlota, mientras mordía con ansías una grasienta hamburguesa del Mc Donalds. Y yo pensaba: " Y tú, ¿Por qué sigues comiendo esa mierda, si te pone como una foca?"
Pero no dejé que ese nefasto pensamiento cobrara vida en mi boca y destrozara la única tarde libre que podía compartir con ella. Porque Carlota me gustaba, no me importaban sus mollas, ni sus vestidos anchos para ocultar sus curvas. Al contrario, estimulaban mi líbido y me encantaba perderme entre sus pliegues cuando retozaba con ella en la inmensa cama de su apartamento.
Esa tarde, Carlota estaba enfadada. En su perfil de facebook se había colado un troyano. Un ser invisible, sin nombre, que se dedicaba de forma anónima a colgar fotos de chicas desnudas en su muro y a proclamar a los cuatro vientos que Carlota era lesbiana.
El mundo virtual parece un lugar abierto a todo, libre de prejuicios, ajeno al racismo y a la homofobia, pero nada más lejos de la realidad. Es un nido de víboras, donde hay que seguir los cánones de las buenas maneras y del mundo real. Nada de salirse de los convencionalismos.
Desde que el troyano se colara en su facebook, Carlota había perdido una larga lista de contactos. Sus amigos de toda la vida habían huido despavoridos de aquel muro repleto de fotos de chicas desnudas haciéndose cosas entre ellas. Y eso que se proclamaban liberales y colgaban banderas arco iris en sus muros. ¡Qué decepción para Carlota!.
Carlota estaba cabreada y triste. Esa mañana había decidido cancelar la cuenta y quedar conmigo. Le apetecía una hamburguesa triple, de esas que cuando las muerdes, el queso surge por todos los lados y te pringas hasta los codos. ¡Qué asco!
Yo sonreía. Ella estaba enfadada, y yo feliz. Por fin había conseguido mi objetivo. Carlota había dejado de navegar en el mundo virtual para regresar a las tardes de merienda y de cine a mi lado.
Ahora solo me quedaba lo más difícil. Ya tenía el material preparado en mi casa, escondido en una caja de zapatos bajo la cama.
Dentro de dos días Carlota recibiría un anónimo. A ella le encantaban las citas a ciegas. Y yo me había propuesto darle un escarmiento real y definitivo si aceptaba quedar con el ser anónimo que la escribía.
Aunque si soy sincero, debía estarle agradecido a las redes sociales y a su costumbre de quedar con todo el mundo, el haberla conocido. Si no hubiera sido por facebook nunca habría tenido esa cita con ella en este mismo Mc Donalds.
Aquella tarde repasé mentalmente todos mis pasos para no dejarme nada en el aire. Ella ignoraba que yo había sido el troyano que destrozara su cuenta de internet. También había sido yo el causante de los destrozos en su garaje meses antes. Ahora tenía miedo de volver sola a casa cuando salía y me pedía siempre que la acompañara. Y yo fui el culpable de que sus padres y hermanos dejaran de acosarla con sus llamadas y sus invitaciones de domingo.
Carlota no era muy inteligente y no había atado cabos. Se adaptaba a sus pequeñas desgracias y se apoyaba en mi presencia. Así, poco a poco, ella estaba dejando de existir para el mundo. Se estaba convirtiendo en un ser anónimo, sin amigos, sin familia, sin red social. El final se hallaba cerca, como el de las otras. Su desaparición no levantaría revuelo, ni siquiera una pequeña reseña en un periódico local. Nadie la echaría de menos y nadie denunciaría su desaparición.
Solo me faltaba que ya no quisiera seguir chateando con desconocidos, que solo quisiera estar conmigo. Dos días y se solucionarían todos los problemas. Carlota iba a ser mía, solo para mí.....

miércoles, 28 de marzo de 2012

DOLLY

DOLLY (FOTO PROPIEDAD DE MANUEL BARCA. www.manuelbarca.es)

Dolly era rara. En el colegio la mirábamos curiosos pero nunca nos atrevíamos a decirle nada. A mí me daban miedo sus ojos tristes.
Era dócil, nunca molestaba. Hacia los deberes que nos mandaba el maestro y aprobaba los exámenes con notas más que notables.
Nunca hablaba de su casa, ni de sus padres, ni de su perro, si es que lo tenía. Cuando sonaba el timbre de la escuela, recogía sus bártulos despacio, y salía la última de clase. Así nadie la empujaba ni la molestaba. Evitaba cualquier contacto con los otros niños.
Yo sentía atracción hacia ella. Me daba vergüenza admitir que me gustaba su pelo enmarañado, sin peinar y sucio. No lo cuidaba en absoluto. Y la espiaba a escondidas de mis amigos.
Un día me atreví a seguirla hasta su casa. Me ocultaba entre los árboles como un ladrón y no me descubrió hasta que llegamos a la entrada de la vieja mansión embrujada. Allí se detuvo y se giró.
_ ¿Por qué me sigues?_ dijo, con voz suave. Sus ojos me miraron fijamente y me traspasaron, me dieron miedo de nuevo.
Balbuceé:
_Quería saber donde vivías. Me gustaría invitarte a dar un paseo hasta el río.
Dolly no dijo nada. No sé si se sorprendió por la invitación o tuvo miedo de decirme que sí. Me ignoró y entró en la casona.
No podía creerme que viviera allí. Todos pensábamos que aquella casa estaba abandonada. ¿Cómo podía dormir en esa mansión en ruinas?
Me quedé allí parado en mitad de la calle contemplando como Dolly se alejaba y sentí rabia.
¡Qué tonto había sido! Dolly era una rara, nunca más la invitaría a salir y regresé a mi casa sintiendo el escozor de mi primer rechazo amoroso por todo el cuerpo.
Aquella noche no pude pegar ojo. Pensaba en Dolly y en su hogar abandonado. ¿Viviría sola? Tenía que saberlo y urdí un plan para el día siguiente. Iría a visitarla en la noche y la espiaría por la ventana. ¡Ojala no lo hubiera hecho!
Pero lo hice y ahora no puedo dormir. Tengo los ojos abiertos en mi cama y pienso en Dolly, pobre Dolly, y en el día en que vendrá a buscarme.

Me acerqué a la casa aquella noche y no encontré la reja cerrada. Pienso que Dolly adivinó mi intención y me facilitó el camino para que supiera. Hasta ese día siempre había estado cerrada con un candado viejo y oxidado.
La ventana no tenía cortinas y pude asomarme. Y lo que vi ya nunca se me borrará de mis retinas.
Dolly estaba sentada con las rodillas agarradas por sus blancas manos. Sus ojillos me observaron. Me estaba esperando, ahora lo sé. Y yo miré, y descubrí su secreto.
En la chimenea crepitaba el fuego y una mujer vestida con una túnica blanca daba vueltas a una enorme olla. Estaba cocinando. Durante un rato solo se escuchó el crujir de las ramas ardiendo y la cuchara rozando la gran cazuela de acero. Dolly seguía observándome sin moverse, de reojo, anticipándose a mis movimientos.
Al cabo de un rato se escuchó un susurro y Dolly se levantó. La dama de la túnica, ¿sería su madre?, le acercó un plato y Dolly comió. Mientras lo hacía, sus ojos se clavaron en mí y una sonrisa demoníaca surgió de su boca.
Yo no podía apartar los ojos de su rostro y me di cuenta, aterrado, que era sangre lo que estaba sorbiendo con su cuchara de plata.
Decidí que ya había visto bastante y caminé hacia atrás sin apartar la mirada de Dolly y de su cena. De repente, mis pies tropezaron con un bulto y caí a la húmeda hojarasca del jardín abandonado de la casa. Sentí el frío del suelo en mis pantalones vaqueros y descubrí, horrorizado otra vez, la causa de mi caída.
Era una mochila de la escuela. Por la cremallera asomaba un estuche y lo reconocí. Era el plumier de Roberto, con sus llamativas pegatinas de Bart Simpson.
Huí, enloquecido, corrí como alma que se escapa del infierno, sin mirar atrás esta vez, temblando de miedo y pensando que Dolly vendría a buscarme. Yo sería la próxima cena.

Llevo una semana encerrado en casa. No salgo, no como, no hablo. Todos creen que estoy enfermo. Incluso mamá está pensando en ingresarme en un sitio especial para niños como yo. Pero sé que dará igual el lugar dónde me encierren, sé que Dolly o su madre, la dama de la túnica blanca, vendrán a buscarme cuando llegue el momento, cuando sea la hora de cenar...

jueves, 22 de marzo de 2012

EL TESORO

FOTO PROPIEDAD DE EVA SERRANO (EL RINCON DE NUKE)

Paseando una noche sin luna a Luciérnaga, mi perra, hallé un tesoro. Ocurrió de una manera muy extraña. En aquella oscuridad de nubes, la luna se había escondido hacía horas tras una violenta tormenta de rayos y un destello imposible en esa oscuridad me sobresaltó y Luciérnaga trotó hacia la maleza, curiosa, en busca del objeto que lanzaba aquellas ráfagas de brillos de colores.
Entre las hierbas, mi fiel compañera, halló un magnífico diamante sin pulir. Era perfecto. sus aristas lanzaban brillos arcoiris hacia el cielo.
Sin pensarlo, me agaché y lo recogí. Miré a mi alrededor para cerciorarme de que nadie me había visto recogerlo y lo escondí en el bolsillo interior de mi chaqueta. Al cabo de un rato regresamos a casa, cansadas del paseo nocturno y sin darle mayor importancia al hallazgo que se escondía en el interior de mi abrigo me acosté.
A la mañana siguiente encontré a Luciérnaga apagada. Y digo bien, porque su nombre se derivaba de ser una luz en mi vida cuando la encontré abandonada en un cubo de basura. La salvé de una muerte segura y ella me salvó de la soledad.
Hallé a Luciérnaga tumbada, fría, en su camastro, de lado, muerta, con los ojos abiertos, mirando al infinito, sin vida, sin luz. Me dolió en lo más profundo su muerte. Sentí un pinchazo en el corazón, fulminante, y temí morir yo también en ese segundo eterno de dolor absoluto.
No brotaron lágrimas de mis ojos convertidos en piedra. Tampoco sabía qué hacer con Luciérnaga. Pesaba y no salían fuerzas de mi cuerpo fulminado por la pérdida brutal de mi única amiga.
Conseguí moverla un poco y observé su cuello. Grité. Un aullido terrorífico salió de mi garganta.
Un segundo después, el timbre de la puerta me despertaba del aletargamiento en el que me había sumergido tras el descubrimiento cruel y pensé en abrir, pero no lo hice. Quien viera el cadáver de mi perra creería que habría sido yo la causante de su muerte.
Me acerqué a mi mascota y la acaricié suavemente. El cuello estaba roto, los huesecillos fracturados. Una mano enorme y fuerte la había estrangulado en la noche sin dejar otro rastro que sus dedos clavados en la sensible piel de Luciérnaga.
Me abracé a mi perra y la acuné. Unas heladas lágrimas comenzaron a caer despacio por mis mejillas hasta convertirse en una imparable cascada y unos terribles temblores recorrieron todo mi cuerpo. ¿Quién pudo haber sido? No escuché ruidos en la noche y mi sueño nunca es profundo. Ni siquiera un leve gemido de Luciérnaga, porque cualquier movimiento suyo me despertaba siempre.
Decidí enterrarla. Llevármela a escondidas en un saco de basura al descampado donde solía pasear con ella. ...

Casualidad o no, la llevé justo al arbusto donde la noche anterior encontré el diamante. Una voz me susurraba que enterrara también el tesoro. No sé por qué pero un extraño e ilógico miedo me avisaba. Aquella piedra en mi abrigo era la sospechosa número uno del asesinato de Luciérnaga.
Reí en la soledad del que entierra un cadáver. Estaba enloqueciendo, pensé. ¿Cómo un diamante precioso iba a matar a mi perra? Y regresé a casa sin Luciérnaga pero con un montón de millones bajo el brazo, escondidos en un diamante.
Ya en la soledad de mi casa lo saqué del bolsillo de mi chaqueta. Contemplándolo olvidé el dolor de la pérdida de mi compañera. Solo un pensamiento invadía mi mente. ¡Rica, soy rica! La avaricia y la codicia se apoderaron de mí. Loca de alegría bailé con el diamante por la habitación, poseída por sus maravillosas luces.
De repente me detuve inmóvil en mitad del salón. El embrujo del diamante había pasado y recordé a Luciérnaga.
Caí desplomada, sollozando en el sofá. Me sentía mal conmigo misma, cruel y despidada. Una piedra me había hecho olvidar el amor incondicional que me ofreciera mi perra sin pedir nada a cambio, más que comida y alojamiento.
Cerré los ojos y recordé momentos dulces junto al animal. ¿Quién la habría matado? Y el diamante regresó a mi mente. Sentí en esos momentos que tiraban de mi pantalón y pensé que Luciérnaga había regresado de entre los muertos, resucitada, para vivir siempre en su hogar.
Miré hacia abajo y contemplé aterrada como una mano cadavérica reptaba por mi pierna como una araña.
La mano avanzó veloz hacia mi pecho y allí detuvo su camino. Parecía que me miraba pero no tenía ojos. Yo creo que sonreía. Y caí en la cuenta. Había venido a buscar algo que yo le había robado en un matorral.
Sin tiempo a darme cuenta, la mano agarró mi cuello y apretó. Solo cuatro palabras salieron de mi boca antes de quedarme sin aliento: ¡Quédatelo, no lo quiero!




jueves, 15 de marzo de 2012

LA NOCHE Y SU VIDA

Una suave lluvia, de esas que calan y no te percatas, caía silenciosa en la noche abandonada de la ciudad.
Un gato correteaba cerca de la basura. Perseguía una cucaracha que se había aventurado a salir de la alcantarilla.
Desde la ventana de la casa se podía observar ese mundo oscuro, subterráneo, al que nadie le da importancia durante el día. En cada rincón de la ciudad se movían las sombras, cobrando vida, mientras las luces de las farolas iban cediendo su luz a la oscuridad.
Desde el refugio de mi sala de estar pensaba en las luces. A veces solo fallaba una farola, en otras ocasiones eran dos o incluso tres seguidas las que se apagaban y al cabo de cierto tiempo volvían con su luz amarillenta para alumbrar a las sombras.
Me di cuenta, después de vigilar cada noche la calle, que cuando las farolas se apagaban, dejaban paso a ese mundo oscuro que todos ignoramos. Se abrían las puertas de otra vida que solo podía disfrutar de este mundo en esos pequeños retazos de oscuridad.
Durante el día no conseguí descubrir ningún indicio de esas puertas, ni de esos seres que se mantenían ocultos en la oscuridad.
Después de pensarlo detenidamente, decidí salir una noche y aguardar escondido, como el gato que espera su presa, a que las farolas se apagaran.
La puerta a otro mundo se abrió en el mismo segundo que la farola dejaba de iluminar la acera y una sombra semitransparente surgió y desapareció en el aire. Salí de mi escondrijo y olí la oscuridad.
Percibí por el rabillo del ojo otras sombras que se detenían a observarme. Las farolas de la calle se fueron apagando una a una y me envolvió el negro de la noche sin luna.
Una mano me agarró del brazo y me empujó a un abismo. Caí infinitamente al vacío.
He despertado en la oscuridad. Aquí no hay nada, ni nadie. No hay farolas ni gente. Solo negrura. Un abismo infinito de oscuridad.
Quiero volver a mi mundo pero no encuentro un atisbo de luz que me abra la puerta.

jueves, 1 de marzo de 2012

EL FISGON

Parece Toledo, me digo, mientras asciendo la escalinata y tropiezo con los adoquines torcidos, con los salientes de roca mal encajada y resbalo con las zapatillas viejas de suelas raídas y cordones desgastados.
La escalera parece no tener fin. He contado sus peldaños, llevo ciento ochenta y todavía no atisbo su final. ¿Será la escalera que sube al cielo? Al final de mi trayecto encontraré a San Pedro con las llaves de las suites y me asignará la que me corresponde por mis buenos servicios en el mundo terrenal.
Río como un lunático y mis carcajadas retumban en las solitarias y extrañas casas que me acompañan en mi ascenso infinito. Extrañas porque al mirarlas de nuevo me percato de que carecen de puertas y ventanas.
Continúo el ascenso por la escalinata ennegrecida. El sol se aleja y las sombras comienzan a invadir el estrecho espacio entre paredes. Me dan miedo. Se asemejan a las personas que un día debieron habitar aquellas casas sin puertas ni ventanas. Pienso, entonces, en sus almas perdidas, vagando sin rumbo, escaleras arriba y abajo sin encontrar la salida a este oscuro laberinto e, incluso, puedo escuchar sus gemidos lastimeros suplicando clemencia y libertad.
Un momento..., veo una luz que se asoma a través de una ventana solitaria, entre tanta oscuridad, esa luz me reconforta. Desde donde estoy, puedo distinguir una biblioteca bien surtida en un salón acogedor. Mucho me temo que este loco viaje de subida ha tocado a su fin. Entro por la ventana, escojo un libro al azar y me siento en un sillón Basili alumbrado por una Tíffanys de pie, inmediatamente me doy cuenta de que el libro está nuevo, se trata de una primera edición de Crimen y Castigo jamás abierto. Miro a mí alrededor, mi corazón se conmueve con la presencia de un Picasso, un Pollock y un Seurat inéditos. Esta debe ser la casa de un gran coleccionista, en cada rincón, perfectamente iluminada, hay una obra de arte. Siento que estoy en peligro, debo salir de aquí. Lo intento, pero un frío y duro cristal me lo impide, una luz enfoca hacia mis ojos, entorno la mirada aturdido y descubro el letrero que cuelga bajo mis pies: “El fisgón”, óleo sobre lienzo, Diego de Velázquez 1660.


(ESTE RELATO SE HA ELABORADO ENTRE FERNANDO LOZANO Y WISQUENSIN)

miércoles, 11 de enero de 2012

TURBIO

Turbio. Hoy me he levantado turbio. Es la única palabra que me viene a la cabeza. No distingo las cosas a lo lejos, se ven como distorsionadas. Y un pum pum en las sienes me sigue a cada paso.
Mi mente es un torbellino de ideas tontas. En el ascensor he visto entre nubes unos seres alados que me miran sonriendo. Pero no son ángeles, tienen dientes y los ojos rojos; son demonios, creo.
En la calle el sonido de mis pasos retumba en mis oídos y todo se ve turbio. Unas moscas me siguen. Escucho su zumbido asqueroso cerca de mis orejas y las intento espantar, pero ellas se alejan un poco y regresan al momento con su zumbar molesto.
La gente me mira al pasar. Deben pensar que soy un loco o que estoy borracho, dando aspavientos con las manos al aire vacío para ellos. No ven a todos esos seres que me siguen y me incordian.
Los ángeles del diablo se encuentran a mis espaldas y me tocan, me estiran de los rizos y ríen traviesos.
Al final corro enloquecido. Todo la realidad se convierte en un borrón. Las personas y las tiendas van desapareciendo en aquella oscuridad que avanza hacia mí. Grito.


La enfermera me pincha el brazo. Suavemente me levanta la cabeza y deposita una almohada. No habla, pero sonríe. Me produce paz su presencia. Todo es blanco y no parece que los ángeles y las moscas hayan podido entrar en ese cuarto tan limpio.
Oigo una tos. Es el doctor que me está observando muy serio. A su alrededor comienza a surgir la negrura de nuevo. Los ángeles han vuelto y al médico lo rodea un ejército de moscas. Sonríe y de su boca surgen más moscas. Cierro los ojos y quiero morir pero no muero. Sólo están allí, sonriendo, no me hacen daño. Tengo miedo y grito de nuevo.

Estoy atado y ya no puedo gritar. Una mordaza me tapa la boca. No quiero abrir los ojos pero la enfermera me coloca cruelmente unos palillos en los ojos para no cerrarlos. No puedo huir de ellos aunque intento, con movimientos bruscos, zafarme de las ligaduras que me atan a la cama.

El doctor y la enfermera sonríen. Las moscas los acompañan y a su alrededor solo les rodea la oscuridad. Vuelvo a sentirme turbio. Deseo dormir pero no puedo cerrar los ojos a causa de los palillos y mi mente se convierte en un infierno.

Ha pasado mucho tiempo. Hace horas, o días, o siglos, que el médico y la enfermera me han dejado solo en compañía de esos monstruosos ángeles que me enloquecen con sus risas de niños traviesos. No me dejan pensar, en mi mente revolotean pensamientos turbios, porque mi cerebro ha sido medio consumido por esa oscuridad y en mi cabeza ya solo habitan las moscas.

Deseo morir, anhelo poder cerrar mis ojos y sumergirme en el sueño del olvido. Sé que eso va a ser imposible. Mi tormento no cesará. He visto como me alimentan vía intravenosa. Soy un conejillo de indias en un experimento del infierno....

martes, 10 de enero de 2012

EL MUNDO ES UN SUEÑO

El mundo es un sueño. Desde lejos vislumbro el resplandor de la luz cegadora del sol que alarga sus rayos hacia la tierra.
La nave me aleja de ese espejismo y aterrado contemplo la realidad infinita que me rodea. La nada.
No existe el sonido ni la palabra. Todo es silencio y al fondo de este valle en penumbras contemplo la imagen de Dios.
En un espejo se reflejan los dibujos de los planetas que desde niño estudié curioso. Desde allí se expande su luz y su imagen.
La tierra no existe. Es solo un círculo de colores azules y marrones que un niño-dios dibujó en su día, y a su lado las piezas de un puzzle que forman figuras humanas y animales. El niño-dios juega con ellas y, a veces, cansado, las destruye.
Y al final de mi camino veo brillar una estrella. Es el final, es la verdad.

miércoles, 4 de enero de 2012

LA NUBE OSCURA

El río fluía triste. Las rocas ennegrecidas dormían la plácida noche infinita. En el fondo, las algas se mecían a compás de la corriente y algún que otro pez de agua fría mordisqueaba la arena en busca de migas que llevarse a su empequeñecido estómago pero al poco de nadar moría.
El bosque languidecía y las aves hacía días que habían huido. Ellas, las más inteligentes almas de aquel desierto planeta la vieron venir antes que nadie.
La sombra llegó por el río. Desde el horizonte se la veía acercarse como en "La Niebla", pero era real y olorosa. Un olor a podredumbre invadió el espacio de repente. El cielo se tornó de un rojizo infierno y el sol desapareció.

Aquella inmunda nube duró tres largos meses. Las cosechas se marchitaron, los animales murieron y el hombre decidió que la mejor manera de arreglar aquello era bombardear la nube. Los países ricos se unieron en la lucha contra aquella nube de inmundicia, pero con cada misil nuclear lanzado a los cielos, la nube se hacía más fuerte, más grande, más ancha. Y el sol ya nunca apareció en la Tierra.

Hace 2000 años de aquella catástrofe. Hoy ya ha salido por fin el sol y el río fluye manso y tranquilo. Algún pajarillo ya se oye en el bosque y los pececillos han vuelto a mordisquear las algas del fondo del pequeño río.
La nube se fue tal y como llegó. Se llevó lo que no servía, arrasó con la inmundicia, no quedó en la tierra ningún ser destructivo, ningún alma podrida. Solo sobrevivieron las almas limpias. En las rocas se ocultaron, asustadas pero unidas. Las máscaras de gas les salvaron la vida. Eran pocos pero volverían a poblar la tierra. Nunca supieron por qué razón llegó la nube ni quien la envió desde los cielos. Nunca se atrevieron a volver a las ciudades sucias, fueron las que peor paradas salieron de la catástrofe. Y temían que la nube regresara si los encontraba entre los escombros de piedra y hierros donde comenzaba a crecer la hierba.
El hombre aprendió a compartir el bosque y la tierra, a labrar con sus manos los campos y a servirse solo de lo imprescindible para su supervicencia y los animales volvieron a ser los dueños de su amada tierra.
Mientras, en el fondo de un volcán latía la nube oscura aguardando, agazapada, olisqueando el aire que ahora era libre de nuevo, en busca de seres con los que alimentar su carroña. Regresaría de nuevo....